Debajo de la vasija hay una cámara de descomprensión que es una piscina en forma de donuts que recibe el exceso de vapor para condensarlo y que no haga presión dentro de la vasija.
Continuamente el agua tiene que estar circulando, mediante el uso de bombas, por dentro de la vasija.
Durante cuarenta años (si 40 !) el reactor número 1 de Fukushima realizó este procedimento una y otra vez con las únicas paradas necesarias para recarga de combustible y mantenimiento. Los otros reactores, terminados en años posteriores cumplieron también su misión sin descanso y sin contratiempos.
Como es fácil de entender, el agua no puede parar de circular y es mucha la que externamente se necesita para que en el condensador se enfríe la que debe regresar a la vasija para tomar calor de las barras de combustible.
Pero llegó el día 11 y al cabo de unas horas todos los sistemas eléctricos quedaron inutilizados, las bombas dejaron de funcionar y el núcleo de los reactores 1, 2 y 3, en funcionamiento se quedaron sin refrigeración. La suerte estaba echada.
Los propietarios de la central sabían que si comenzaban a innundar los reactores con agua de mar quedarían inservibles para siempre, y ante la falta de datos para saber que ocurría optaron por esperar. Se equivocaron, porque esas horas provocaron un recalentamiento tan intenso que probablemente los tres reactores tiene en mayor o menor medida parte de sus barras de combustible fundidas.
Por otra parte, el resto de agua en el interior se transformaba en un vapor cada vez a más presión. A esto se unió que el agua reacciona a alta temperatura con el zirconio formante de las barras de combustible y libera hidrógeno. Estos gases fueron saliendo del reactor y se acumularon en el interior del edificio externo.